ERNESTO BALLESTEROS

Ahora me doy cuenta que eran autorretratos

07/06 al 15/07

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Ruth Benzacar Galería de Arte presenta esta muestra de Ernesto Ballesteros que reúne las series de dibujos “Algo en el espejo opaco” y “Retratos”.

Acompañada con texto de Marcela Sinclair, toma la Sala 2 de la galería y se podrá visitar hasta el sábado 15 de Julio.
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Por Marcela Sinclair

Después del choque mandó pintar el tanque de la moto con un ying yang. Está bueno porque lo adaptaron a la forma del tanque, y casi no lo distinguís en la primera mirada. Después de que lo viste una vez, ya está ahí desde siempre, con la curva sinuosa en la parte de arriba separando y conectando el blanco y el negro, con un óvalo del color opuesto en cada costado.

Horas con los anteojos puestos tejiendo al crochet. Como son restos de ovillos hechos de sweaters destejidos, tiene una paleta impensada. Elige un color, le va pegando otro, una lana suave y peluda al lado de otra más gruesa, en combinaciones a veces sutiles, a veces estridentes. Mira los colores bien de cerca y se deja impresionar. Dice que tiene que dejar que las cosas la toquen.

Llegan al laboratorio, preparan el material y luego se abocan a la observación en microscopio hasta la pausa para almorzar. Cada cual analiza unas cien placas por día. Entro para renovarles el agua del termo y cada tanto espío esas miniaturas que se mueven apenas entre dos vidrios. Por la ventana entra la luz que viene del parque del hospital. Los árboles la filtran dulcemente.

Y ya sé que no está de moda Cortázar ahora, pero en el cuento había un músico y el tema era cómo se transportaba tocando. Incluso insinúa la sospecha de que el tipo alteraba el tiempo. Era un trompetista o algo así, un trombonista quizás. Había un viaje en tren o subte, que no se sabía si duraba unos minutos o la eternidad. Jazz era la música. Cómo se llamaba ese cuento, me cache en dié?

Durante todo el partido los jugadores se concentraron en el área central. A veces iban todos corriendo atrás de la pelota. A veces se movían en distintas direcciones y mucho no se entendía qué estaba pasando hasta que al final aparecía la jugada. Una que no surgió del pizarrón sino que se fue armando en la cancha. Los pases hechos sin ansiedad por el gol, juego bonito.

Se queda quieto en silencio, con la persiana casi cerrada del todo, solo unas rendijas por las que entra algo de luz. Se proyectan en la pared frente a la cama segmentos de rectas diagonales de unos cinco centímetros cada uno. Son blanco cálido porque está soleado. En domingo, sin transito, es como una película muda, además de abstracta.

A la tercera salida ya me salió con naturalidad. La instructora me trajo a la memoria del cuerpo la respiración que uso en yoga. Ejercitar la sincronización hasta que sea perfecta. El pie izquierdo suelta el embrague y el derecho aprieta el acelerador, arranca suavecita la marcha en primera. Segunda, tercera, segunda, guiño y frenar para repetir todo otra vez.

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Cuando juega al tinenti se arma corrillo alrededor porque tiene unas piedritas que parecen embrujadas: se quedan unos microsegundos flotando en el aire. Se discute en el grado si es realmente una habilidad de la muñeca del lanzador o si se trata de la composición química de las canicas, que trajo de las sierras de Córdoba a la vuelta del verano.

Va un rato al taller y se dedica al roce concéntrico de un color, con el lápiz bien afilado al principio, para entrarle a los valles del papel. Como si tuviera todo el tiempo del mundo, o como si su vida consistiera en dibujar ese color. Bien suave. Sin pensar en el próximo. No le importa si un dibujo de siete colores le lleva siete días, o siete meses. Avanza consciente de cada mini trazo, dejando que aparezcan las formas.

 

Obras

Algo en el espejo opaco
2020 Lápiz color sobre papel 206 x 305 cm
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15 autorretratos
2021 Lápiz sobre papel 171 x 213 cm
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