FOGUEL

Todavía Nuestro

16/12 al 26/01/2024

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Todavía nuestro

Ayer fue el día en el que se terminó el mundo. El futuro se convirtió entonces en un contenedor vacío; un escenario para la regeneración. Al surcar el final, el presente parece derretirse entre los dedos como una rebanada efímera y entresoñada de la realidad, o diluirse al recorrer el lomo cóncavo de una serpiente emplumada que durante el atardecer desciende del Cosmos al Inframundo. Pero es en ese derretirse completamente que sólo podremos fundirnos como materia prima de un futuro nuevo, donde comience a resurgir otra idea de lo común.

¿Qué pasaría si encauzáramos la pregunta sobre cómo sentir a cuánto tiempo sentir? ¿Cuánto tiempo deberíamos sentir odio o dejar de sentir miedo? ¿Cuánto tiempo soportar la soledad o prolongar el amor? Si bien vemos al Poder modelar las diversas maneras del sentir, es indescifrable (y así indómito) el momento en que dejamos de sentir de cierta manera para hacerlo de otra. El futuro nuevo llegará en algún momento. Aunque nunca sepamos responder cuándo, el tiempo es todavía nuestro.

Si el agua genera vida, el hielo podría ser el estado de ese componente que genera tiempo. Justamente, la vida en el planeta podría tener a los polos como su temporizador más escalofriante. El hielo no es un reloj cíclico de 24 horas, sino uno que puede durar una eternidad o un suspiro, que se arma y se desarma. En ese sentido, el tiempo del hielo es más parecido al tiempo del sueño que al reloj de arena del desierto de la racionalidad.

¿Estamos ante la desintegración del sueño común? ¿O solo se encuentra suspendido? ¿O  lo que se derrite en esta muestra son los sueños individuales para terminar amalgamados en un cuenco colectivo? La pregunta es, en todo caso, cómo hacer para que todo aquello que soñamos no se desintegre, sino que se disuelva en una materia compartida y aún informe, con algo de suciedad y de color; llena de restos cotidianos, tanto ordinarios como extraordinarios, que todo ser vivo comparte.

Tal vez el freezer de Foguel no sea otra cosa que una mente colectiva dormida, protegida por palomas. Una mente que al despertar se derrite para volverse a unir y generar nuevas formas.

¿Podremos alguna vez crear la fórmula para cristalizar o congelar nuestros sueños? Claro, eso sería el arte ¿pero podremos lograr que el arte sea un catalizador de reordenamientos atómicos? ¿Qué esos sueños individuales de lo hogareño al reorganizarse se conviertan en un magma de lo común?

Todavía nuestro apuesta a un surrealismo traslúcido, más cercano a los desfasajes de escala y los cambios de estado del viejo movimiento, que a las pesadillas de lo monstruoso que pululan en la actualidad. Un surrealismo donde el presente -irreal e inexplicable- se derrite para dar lugar a un futuro colectivo. Un pequeño cambio en el estado de las cosas para que lo cotidiano se rearme desde sus elementos más básicos.

Javier Villa, curador